Está en la cola del supermercado, esperando que llegue su turno. Con la lista de la compra aún en la mano, hace un repaso mental. No ha olvidado nada. No necesita nada más. De repente, por el rabillo de su ojo se cuelan unas apetitosas chocolatinas y no puede resistirse a la tentación. En un abrir y cerrar de ojos, una pequeña bomba calórica se va con usted a casa.
Si se ha visto reflejado en la situación, no se apure, no es el único que sucumbe habitualmente a las compras de última hora junto a la caja. De hecho, estas adquisiciones suponen un considerable porcentaje del volumen total de ventas de las superficies comerciales.
La industria alimentaria sabe que nuestra relación con la comida a menudo responde a impulsos, a reacciones más automáticas que racionales. Y eso juega en nuestra contra a la hora de combatir el sobrepeso y la obesidad, según denuncian los expertos en salud pública.
Es el caso de Deborah A. Cohen y Susan H. Babey, investigadoras de la Universidad de California (UCLA), que en el último número de la revista ‘The New England Journal of Medicine’ van un paso más allá en este planteamiento y reclaman abiertamente una mayor protección del consumidor frente a las estrategias de mercado.
Según su punto de vista, son necesarias medidas que limiten la capacidad del marketing para hacerse un hueco en las preferencias del consumidor ya que, aseguran, el usuario no siempre es consciente de su poder.
“La mayoría de la gente no reconoce que el emplazamiento de los productos repercuta de alguna manera en sus elecciones o en su comportamiento alimentario (…). Sin embargo, numerosos estudios han demostrado que la ubicación sí importa”, subrayan.
“Influye en nuestras decisiones de una manera que está fuera de nuestro control consciente y eso afecta a nuestras posibilidades de padecer enfermedades crónicas”, añaden.
Tomar medidas
Para Cohen y Babey, estas estrategias de marketing deberían considerarse un factor de riesgo oculto -”como los carcinógenos presentes en el agua”- ya que escapan a nuestra capacidad de raciocinio.
Al igual que “los coches, los edificios y los juguetes están diseñados teniendo en cuenta los límites de la capacidad humana” -las barandillas en los balcones nos protegen de posibles caídas-, las investigadoras remarcan que no es descabellado pensar que hay que ejercer un control sobre estrategias de mercado que pueden poner en riesgo la salud de la población.
“Necesitamos probar nuevas medidas [contra la obesidad] que no exijan a la gente un esfuerzo cognitivo adicional”, comentan.
En este sentido, podría ser útil limitar los tipos de alimentos que se pueden colocarse al final de los pasillos o, directamente, ubicar determinados alimentos “en lugares que requieran una búsqueda deliberada”, aclaran Cohen y Babey, que reclaman un ‘uso inverso’ de los habituales estudios de mercado. “Utilizar la investigación en marketing para controlar la obesidad podría ayudar a millones de personas que, de forma desesperada, quieren reducir sus riesgos de enfermedad crónica”, concluyen.
Otro punto de vista
Gema Frühbeck, que preside la Sociedad Europea para el Estudio de la Obesidad y en nuestro país es investigadora del Centro de Investigación en Red de la Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBERobn), coincide con estas investigadoras en que “la industria tiene recursos poderosos tanto a nivel de marketing como de publicidad” para llegar al paladar de la gente. Sin embargo, no cree que prohibiciones y restricciones en la colocación de alimentos sean la solución para frenar la epidemia de obesidad.
“Lo que hay que hacer es armar al ciudadano con herramientas para poder enfrentarse a las estrategias del mercado”, apunta. “Hay que educar, desde el colegio, para que la gente sepa qué calorías tienen los productos, qué poder nutricional tienen y cuándo tomarlos”, añade.
Porque, asegura, no hay alimentos malos. Si se lleva una vida activa y se sigue una dieta equilibrada, se puede comer de todo.
Fuente: El mundo